DÍA 2: VISITA A CHAOUEN

Haciendo honor a mi dificultad para conciliar el sueño cuando estoy inquieto, la cama me empuja a madrugar para no desaprovechar ni un minuto de cada día. Disfruto de mi primer desayuno a base de zumo, jarcha y café con leche, atentamente servido por los camareros de la cafetería de siempre, pero a la que no soy capaz nunca de poner nombre! La compañía de Rafael, profesor experimentado y muy querido por todos nosotros, hace más agradable si cabe el desayuno, pues cada minuto de conversación con cualquiera de los profesores que nos acompañan deja alguna reflexión digna de ser masticada cual bocado de una jarcha.

Pronto aparece el que, sin duda, es coprotagonista en mi historia, mi hermano en Marruecos, Omar, que como todos los años nos acompaña a cada paso, y nos sirve de guía, referencia, líder ¡y hasta de camarero! Con él, un incesante goteo de compañeros sevillanos y marroquíes van dejándose caer por las inmediaciones del hotel, listos para una nueva aventura. El grupo de alumnos que nos acompaña hoy es prácticamente el mismo que el día anterior, algo que no sucederá de aquí en adelante. El que sí llega, y pronto, es Imad, nuestro improvisado acompañante de viaje.

Como es costumbre por aquí, salimos con un amplio retraso de la hora marcada, algo que no debe preocuparnos mucho, pues, como ya he dicho, es algo habitual por estos lares. El camino que tenemos que hacer no es excesivamente largo, pero sinuoso, y con destino a esa pequeña ciudad “encantada” que tanto gusta a los turistas occidentales y que aun no hemos tenido la oportunidad de conocer. Tras un camino no libre de incidentes (los mareos traicioneros) llegamos a un pequeño pueblo encajado entre montañas y con un especial color azulado, que se convertirá en un vivo azul añil o índigo conforme nos adentremos en su medina. Allí, como es costumbre, nos dispersamos en varios grupos y, de forma libre, paseamos por la medina y la plaza mayor del pueblo, acompañados de miles de fotos y turistas que, como nosotros, alucinan con el colorido y el diseño de las casas. Avanzamos por las serpenteantes calles azules de la medina, entre casas, hotelitos, tiendas y demás comercios que salpican la armonía del azul…y de pronto, encontramos una vista impresionante: un lavadero incrustado en una cascada que hace las delicias de autóctonos y visitantes, y a la que nos apresuramos a llegar para mojar los pies, hacer fotos, y disfrutar del espectáculo.

En todos estos ratos juntos, los lazos que hemos ido creando se van fortaleciendo, y cada vez se parecen más a una auténtica amistad. Para mí, en esta parte de la historia, toma especial relevancia Widad, AMIGA con mayúsculas que me adentró un poco más en su cultura, y que abriéndome su corazón me permitió sentirme parte de ellos, a la que siempre llevaré en mi corazón (y espero que en mi retina!!).

Tras esta parada, y sintiendo como aprieta el calor y el hambre, decidimos volver paseando hasta la plaza, donde buscaremos un buen sitio para comer. En la plaza nos abordan una clase de relaciones públicas que intentan convencernos para entrar en todos los restaurantes, corroborando que nos encontramos en una zona turística. Finalmente, con la intervención de Imad, acabamos en uno de los restaurantes céntricos, frente a las puertas de la fortaleza que estaban presididas por una inmensa fotografía del Rey Mohammed VI, que pocos días antes habían estado por allí. El menú estaba abierto a la elección entre varios platos tradicionales y algunos que no lo eran tanto, y me decanto por volver a comer los manjares de la tierra, que tanto deseaba volver a saborear: una harira y un plato de cuscús a las 7 verduras que, como casi siempre, fui incapaz de terminar. Tras una amena comida en compañía de los chicos y las chicas, y adornadas por las entradas y salidas de algunos compañeros que se sumaron a la mesa, no tuvimos demasiado tiempo para reposar, pues las prisas por marcharnos antes de que cayera la noche nos hicieron, incluso, rechazar el té que nos había ofrecido el camarero del restaurante. Pero, como siempre, el grupo no estaba listo, por lo que nuestra estancia en Chaouen se prolongó. Hasta tal punto que incluimos una visita “relámpago” a la fortaleza que, en principio, no estaba contemplada, pero que nos permitió disfrutar de algunas curiosidades (como la torre o la prisión) y de una buena ristra de fotos.

El viaje de vuelta no fue más fácil que la ida, pues las dificultades derivadas de la carretera se mantuvieron, y también un ligero sentimiento de tristeza, pues los vínculos creados entre los dos grupos ya eran fuertes, y la organización del viaje nos obligaba a despedirnos hasta el miércoles para dejar paso a otros alumnos. No importa, el miércoles está ahí mismo, y allí tendremos la oportunidad de estar juntos de nuevo. La llegada a la ciudad fue contemplada con alivio por los integrantes del grupo, pues comenzaban a escucharse voces quejosas, y la despedida no lo fue tanto, pues sabíamos que en menos que canta un gallo volveríamos a estar juntos.

Al llegar a Larache, las fuerzas aun no menguaban y decidimos comprar algunos refrigerios que tomar tras la cena en el hotel. Y tras las comprar y un momento de “caos”, buena parte del grupo realizó una visita a uno de los restaurantes de la ciudad en busca de un kebab o similar que llevarse a la boca. Entretanto, encontramos a Ibrahim, grandísimo amigo del año anterior que por casualidad vimos delante de nuestro hotel, y que nos acompañaría varios días en nuestro periplos por la ciudad de Larache. Otro día que se acababa, aunque a algunos todavía les faltaban varias horas para irse a dormir…

Ya en la cama, llega el momento de reflexión, y me aborda la idea de que, poco a poco, detalle a detalle, el Omar al que tanto aprecio tenía el año pasado se ha ido convirtiendo en un gran amigo aquí en Marruecos… y eso no se puede desperdiciar.