SEVILLATIMISOARA.
Cuando se inició este proyecto yo no formaba parte de él, pero había oído de qué trataba por los profesores o por otros de los alumnos que sí estaban en él.
Yo quería ir pero sólo podían los alumnos de Bachillerato. Hasta que un día uno de los profesores nos preguntó a otra compañera y a mí si queríamos ir.
Yo lo tenía muy claro pero antes debía convencer a mi madre. Ella no quería porque pensaba que era muy pequeña para estar tantos días fuera de casa, pero por otra parte iba a estar con otros amigos y con los profesores.
Si no hubiese ido no me hubiese perdonado haberme perdido esta experiencia y oportunidad que se me había presentado. Al igual, después me hubiese dado rabia ver las fotos tan increíbles que habrían hecho y así saber todo lo que me había perdido.
Pero no fue así, logré convencer a mi madre junto con la ayuda de algún profesor. Sabía que no me iba a arrepentir de nada y que sería una experiencia inolvidable, ya que conocería otras culturas, otros idiomas y sobre todo conocería a personas muy diferentes a las que ya conocía.
Yo era una de las más pequeñas pero no me importaba porque me llevaba muy bien con todos los demás.
Semanas antes de que los alumnos españoles fuésemos a Rumania, ya todos hablábamos de qué íbamos a hacer, no conocíamos a nadie y no sabíamos cómo hablar, de qué y con quién cuando estuviésemos todos juntos.
El día que nos íbamos estábamos muy nerviosos, en quince días no volveríamos a ver a nuestros padres, pero así aprenderíamos a defendernos solos en otros países.
En el aeropuerto de Madrid, mientras esperábamos a que llegase la hora de nuestro vuelo, hablábamos de cómo serían las otras chicas y los profesores rumanos, de si nos llevaríamos bien o como conseguiríamos hablar de algo con ellas, y eso lo sabríamos después de tres horas y media de viaje.
La primera gran impresión la tuvimos al bajarnos del avión que empezó a nevar y hacía muchísimo frío.
Después de recoger el equipaje y llegar a la entrada del aeropuerto, vimos como estaban todos allí esperándonos. No sabíamos qué decir sólo, “hola”. Y después de saludarnos todos, dijeron los profesores “vamos a hacer una foto de grupo”, aunque todos los españoles y rumanos aparecíamos separados, porque teníamos mucha vergüenza (allí se hizo la primera foto de grupo de las miles de fotos de grupo que haríamos en todo el viaje).
Cuando pasaron unos días, ya hablábamos con todos o con la mayoría, y supimos que habíamos conocido a amigos que duran toda la vida y que aunque nos separasen unos 3000 kilómetros, los volveríamos a ver después de que se acabase el proyecto.
Descubrí que no todos eran iguales. Unos tímidos, otros extrovertidos, pero a pesar de todas las diferencias, todos queríamos pasarlo bien.
Lo que también nos ayudó a hablar más con las otros chicos fue el idioma distinto, ya que teníamos curiosidad por saber cómo se decían y escribían las palabras en rumano. Nos costaba mucho pronunciarlas y ellos no entendían por qué nos resultaba tan difícil.
Visitamos muchas ciudades, e incluso diferentes países: Bucarest, Brasov, Timisoara, Budapest... También estuvimos en lugares donde había nevado e hicimos guerras de bolas de nieve en las que algunos no salieron bien parados, sobre todo Jorge, uno de los profesores rumano pero que había nacido en España, de ahí que tenga ese nombre tan común.
Las ciudades que más me gustaron y me impresionaron fueron Budapest y Timisoara de la que conocimos mucho mas con los alumnos rumanos porque como eran de allí, conocían todos los lugares y en el tiempo que nos dejaban libre, podían llevarnos a cualquier sitio.
En Hungría, todos nos sentimos iguales, nadie entendía nada de lo que la gente decía; Antes, en Rumania nos podían traducir las cosas que decían, pero al no saber hablar húngaro, los rumanos entendieron como debíamos de sentirnos los españoles en todo momento.
Algunos de los lugares donde fuimos y donde nos dividimos fueron unos baños de agua caliente y un zoológico. No estaba muy segura donde ir, pero opté por los baños. Me impresionaron mucho, ya que estaban al aire libre y, mientras llovía y hacía tanto frío, nosotros estábamos en las piscinas a 38 grados, que hizo que no quisiéramos salir de allí.
En Timisoara, una de las experiencia que nunca olvidaré, fue cuando fuimos al instituto donde estudiaban, como los demás alumnos nos miraban y preguntaban a las chicos rumanos y a los profesores como si no supiesen quiénes éramos, pero en realidad si.
O también cuando íbamos en uno de nuestros viajes en autobús y Antolino intentaba explicarle a Myha o a Simo como se solía hablar en andaluz o simplemente enseñándole expresiones andaluzas, que no sabían pronunciar y que desistieron por no decirlas nunca.
Lo peor creo que fue la despedida, no queríamos irnos y menos aun despedirnos de las personas a las que habíamos conocido, y que hicieron que llorásemos en el tren de vuelta (que casi se va sin nosotros porque no queríamos irnos), para coger el avión que nos llevaría a España.
Creo que había personas que se lo estaban pasando tan bien que no se habían acordado no tanto como otros de sus padres que estaban a 3000 kilómetros de ellos, en los que yo me incluyo, ya que ha sido una experiencia inolvidable, que no me importaría volver a repetir, sobre todo si estoy con personas como las que hemos conocido con las que me he llevado genial y me he divertido mucho, y a las que nunca voy a olvidar.
Pero eso no era el final de esta experiencia, sino solo un “HASTA PRONTO”, ya que después, en abril, les tocaba a ellos disfrutar de España y volver a pasar todos juntos nuevas aventuras inolvidables.
TIMISOARASEVILLA.
Todos estábamos impacientes de que llegara ese día, ya que habían pasado casi cinco meses desde la última vez que nos vimos.
Nosotros, los españoles, cogeríamos el AVE de Sevilla que nos llevaría hasta la estación de Madrid, y de allí iríamos hasta el albergue en el que nos esperaban. Estábamos deseando verlos, pero para colmo, no encontrábamos la calle del albergue y tuvimos que andar bastante.
Al encontrar el albergue, entrar en él y ver las caras de todos nuestros amigos, tan cansados de haber estado todo el día sin dormir, hizo que nos alegráramos mucho.
Tras saludarnos, los profesores nos preguntaron a qué hora saldríamos, todos dijimos que cuando pasaran un par de horas y nos diera tiempo a hablar y a descansar.
Ya no teníamos el problema de cómo íbamos a hablar, ya que eso lo solucionamos en la otra parte del viaje.
Todos estábamos entusiasmados de volver a vernos. En los meses anteriores habíamos hablado a través del ordenador, pero no se parecía nada a hablar cara a cara.
Estuvimos hablando durante casi todo el viaje sobre todas las aventuras que recordábamos de cuando estuvimos en Rumania: cómo nos conocimos, de qué hablamos, de todo lo que nos reímos y disfrutamos juntos...
Hemos estado en muchos lugares y algo mejor ha sido ver como nuestros compañeros rumanos disfrutaban viéndolos, ya que muchos de los españoles ya los habíamos visto, al igual que ellos disfrutaron viendo lo bien que nos lo pasábamos en Rumania, que todo nos resultaba increíble.
Pero a diferencia de nosotros, ellos podían comunicarse con otras personas al saber hablar español.
Lo que mas les gustó de los lugares que visitamos fue Sevilla, ya que decían que en Madrid había mucha gente, y se agobiaban mucho.
Una de las cosas que nunca olvidaré es como conseguimos que uno de los profesores nos invitara a un helado cuando estábamos en la Alhambra.
Al relacionarnos unos con otros originó que a la mayoría de nosotros se nos haya conocido por una palabra o por una frase, como: Ale era “callate te digo”; Dya era “ojitos”; Antolino era “seta”; Myha era “huele”; Simo era “bichoooo”; Virginia era “mujer”; y yo que soy “caracolito”.
Lo mejor de esta segunda experiencia creo que ha sido el reencuentro, con personas a las que habíamos cogido tanto cariño en solo un viaje de quince días. Gracias a que hemos estado siempre juntos y con los profesores que en ningún momento permitieron que nos separásemos unos de otros, e incluso buscaron diferentes maneras para hacerlo, mezclándonos en las habitaciones, rumanos con españoles.
Este proyecto nos ha ayudado a relacionarnos con otras personas y con otras culturas diferentes a la nuestra, pero de una manera mucho mejor que cogiendo un libro y estudiando los diferentes países y sus costumbres, y esa manera no es otra sino simplemente cogiendo un avión y moviéndote de un país a otro, viviendo como viven otras personas diferentes a ti, en ambientes diferentes a los de tu ciudad y con gente que pretenden enseñarte como viven, las comidas típicas, palabras en otro idioma, lugares, e incluso como estudian los alumnos.
Pero todo esto no se hubiera realizado si no fuese por la ayuda de los profesores que han conseguido que nosotros podamos disfrutar de aventuras que nunca olvidaremos, con personas que jamás olvidaremos y con las que estaremos siempre agradecidos solo por el hecho de haber querido conocernos y haber estado con nosotros en los buenos y en los malos momentos de esta experiencia, hasta el punto de que queramos que esta experiencia se pueda volver a repetir.
Y también gracias a nuestras madres y padres que nos han permitido realizar esta experiencia inolvidable.
Todos sabemos que los españoles tendrán una casa en Rumania y los rumanos otra en España.
“ESTO NO ES UN ADIOS, SOLO UN HASTA PRONTO, YA QUE NOS VOLVEREMOS A VER”.
Cristina López