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En contraste con el viaje de ida, el de vuelta resultó muy accidentado. Al llegar a Tánger nos enteramos que el puerto de Tarifa –donde teníamos nuestros coches- estaba cerrado; y que también estaban ya cortadas las comunicaciones entre Algeciras y Ceuta, debido al malísimo tiempo que reinaba en el Estrecho.
Cuando ya empezábamos a pensar que tendríamos que permanecer varios días en Tánger esperando a que se restableciesen las comunicaciones, nos enteramos que un barco de bandera marroquí, el Rif, se atrevía a emprender la travesía. Conseguimos embarcar.
Al principio nos parecía muy divertido ver cómo se movía el barco, pero conforme íbamos avanzando algunos iban dejando de reír y empezaban a marearse. Nos echaron de las cubiertas y cerraron las puertas para impedir que algún pasajero pudiese salir al exterior ante el riesgo de acabar en el agua con cualquier bandazo. Ya se sintonizaba la radio española y escuchábamos que decían que el Estrecho estaba cerrado a la navegación por el mal tiempo, mientras nosotros estábamos en la mitad del Estrecho dando botes.
En medio de esas condiciones nuestro barco avanzaba con gran lentitud, tardamos más de cuatro horas en realizar la travesía. Nuestro amigo Ignacio nos decía que no debe hacerse balance de un viaje a Marruecos hasta llegar a la península, que el viaje termina en Algeciras o en Tarifa, no en Tánger o Ceuta; que hasta el último momento hay lugar para la aventura; que un viaje a Marruecos se sabe cuando empieza, pero no cuando acaba. Envueltos en lluvia y viento desembarcamos en Algeciras, contentos de los cuatro intensos días que habíamos pasado en Marruecos.