Índice del artículo

MI VIAJE A MARRUECOS

Desde el año pasado sabía que podía hacer un viaje a Marruecos. Los profesores me lo contaron junto a toda mi clase cuando estaba en 3º de ESO. Desde el principio me pareció un viaje idóneo para hacer con el instituto ya que era una oportunidad de salir del país y conocer a gente de allí.

Cada vez que se acercaba más la fecha para partir se me hacían los días eternos. Tenía mucha ilusión por ir, pero también un poco de miedo ya que no sabía lo que me podía encontrar.

El primer día fuimos desde Sevilla a Algeciras en autobús para coger luego un ferry que nos llevara Tánger. Allí conocimos a los marroquíes y nos dieron la bienvenida con los brazos abiertos y muchos besos. Me pareció super extraño que tuvieran tanta confianza en nosotros sin haber pasado ni siquiera dos horas. Cogimos otro autobús (con su media hora marroquí que más adelante explicaré) para ir a Tetuán.

Allí hicimos una visita turística de la ciudad marroquí. Fue como un sueño… todas las calles abarrotadas de personas comprando en el zoco, comiendo comida típica, viviendo su vida, llamando a la oración, etc. Además pudimos conocer un poco más a los marroquíes.

Después de un largo paseo por Tetuán volvimos al autobús para llegar a Larache para comer la cena de bienvenida y por fin dormir. Pero la fiesta acababa de empezar. En el autobús todos los marroquíes empezaron a bailar y a cantar con una energía que yo nunca tendré. Nos sacaron a bailar, aunque yo no salí porque soy un pato mareado bailando y soy un poco arrítmica. El truco es decir que estás muy cansado y poner cara de agotado.

Cuando llegamos al restaurante para cenar antes de ir al hotel nos sentamos todos juntos y comimos muy bien. De esa cena puedo sacar muchas anécdotas como cuando tuvimos que explicarle al camarero que mi compañera Lucia era celiaca y tenía que comer pescado a la plancha o el pollo de David, que nunca vino y le pusieron pescado.


Los demás días pasaron igual de divertidos. El segundo día fuimos en barca a la playa de Mualy Bousselham. Allí estuvimos con nuestros amigos marroquíes jugando a juegos de niños y hablando entre nosotros. Todos los demás se llevaron bocadillos menos yo, pero me fui con mis compañeros de orto a un restaurante (una cosa muy buena del país es que por muy poco dinero puedes comer, y muy bien).


El domingo fuimos a las montañas del Rif a hacer senderismo. Pudimos apreciar la belleza del paisaje y la naturaleza en su estado más puro. Caminábamos por un pequeño sendero, y justo a nuestro lado había una caída de unos cuanto de metros (manos mal que no tengo mucho vértigo). Después de un largo paseo comimos encima de unas alfombras en medio de la naturaleza alubias sin cubiertos, es decir, rebañando con pan. Estaba buenísimo (y mira que yo detesto las legumbres) y después nos tomamos un té típico del lugar.


El cuarto día nos encaminamos muy temprano para ir a Rabat. Tardamos creo que cuatro horas en llegar, pero la espera fue recompensada. Visitamos unas ruinas romanas muy bonitas donde pudimos hacer muchas fotos a las cigüeñas que allí anidaban. También visitamos una tumba de un rey del cual por primera vez pudimos entrar en el edificio donde está enterrado y ver como cantaban el Corán en su honor. Después de comer, nos encaminamos para ir al zoco de Rabat y comprar regalos. Allí conocimos a Alberto, un estudiante de estudios arábigos de Granada que se había perdido por el laberíntico zoco. Nos acompañó hasta el final y nos prometió que nos volveríamos a ver (varios días más tarde nos lo encontramos en Larache, que nos había buscado y quería alojarse en nuestro hotel). Nos volvimos a Larache muy cansados pero con ganas del día siguiente.


El quinto día fuimos a Ifran (un pueblecito de Meknes) y a la anterior dicha. Esta última la visitamos en 30 minutos porque no nos daba más tiempo. Fue un día más tranquilito.

Los dos últimos días estuvimos en Larache visitando el puerto con sus instalaciones y comprando regalos en las tiendas. Durante estos días pudimos comprobar la calidez y la compasión de todos los habitantes del pueblo, ya que sin conocernos nos dieron la bienvenida y mucho cariño. Durante estos días también comimos en casa de un compañero marroquí. Yo comí en casa de Ahlààm junto a Marta, Cristina, Guadalupe y Fran (Papá Fran); donde nos sentimos como en casa hablando español con su padre y poniéndonos chilabas de su familia para ir a la fiesta de esa noche (donde parte del grupo se fue a un bar a ver el derbi Sevilla-Betis, donde ganó el Sevilla). Después de la fiesta nos despedimos con mucha tristeza de nuestros amigos marroquíes, para los cuales tenemos todos un lugar en el corazón reservado para ellos. Pero en especial recordaré a Ahlààm por ser tan buena conmigo y ser tan gran persona, intentando comunicarse con nosotros con mucho entusiasmo y dedicación.