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El sexto día fue increíble, seguíamos con ganas de seguir conociéndonos, de seguir cantando y riendo. Éramos como una gran familia en la que no había diferencia de nacionalidad, edad, sexo… nada. Los tímidos no paraban de hablar, los mayores de ciclos con los de 4º, españoles con marroquíes, aprendiendo cosas nuevas unos de otros, a ninguno se le quitaba la sonrisa de la cara y si era así ya estaba todo el grupo para apoyarle. No miento si digo que he tenido la suerte de pasar una semana en Marruecos con las mejores personas del mundo.

Ese día por fin no hubo más autobús ni más “llegamos en media hora”.  Lo pasamos andando por el paseo marítimo de Larache, el mercado donde se agrupaban agricultores  y pescadores y por las calles con tanto blanco y azul que tenía esa ciudad sorprendente. Pero creo que la experiencia más divertida fue cuando entramos al hammam. Todas las españolas con cubos de agua, entrando sin saber a dónde ir ni que hacer. Sentí que las marroquíes que estaban dentro nos miraban como miramos nosotros a los guiris con chanclas y calcetines, porque desentonábamos bastante al principio. Pero mereció la pena porque salimos como nuevas tras darnos masajes y estar en una especie de sauna.