Fue el día en el que nos levantamos más temprano de todos ya que íbamos a un lugar bastante lejos de Larache, Las montañas del Rif. Apenas había oído nada sobre ese sitio pero lo poco que había escuchado me indujo a querer ir y apreciarlo con mis propios ojos, aunque también nos advirtieron que tenía muchos caminos pedregosos y difíciles de recorrer. Al cabo de un largo viaje en autobús llegamos a las Montañas, todas esas horas de espera merecieron la pena y fuimos premiados con las vistas únicas de su paisaje.
Nos dividimos en un grupo de dos y fuimos en camionetas hasta un punto de la montaña donde comenzamos el sendero, las camionetas estaban llenas de personas, ¡Incluso había varios alumnos marroquíes en el techo! Fue una locura, en nuestra camioneta había un hombre sujetando la puerta con su propio brazo y una cuerda por la que de vez en cuando entraban nubes de arena.
Al comenzar la ruta me ofrecieron la oportunidad de montar en burro y caminar varios metros en su lomo al igual que a otros compañeros, al caminar bastantes metros nos paramos a descansar un poco y a comer algo para reponer fuerzas y continuar con el camino.
A mitad de la vuelta, nos asentamos en una zona con bellísimas vistas y nos invitaron a almorzar. Nos pusieron un plato bastante parecido a chícharos, que se comían con pan y sin cubiertos que estaba realmente bueno
y como segundo plato nos ofrecieron pescado y una papilla de la cual desconozco sus ingredientes.
Como postre nos pusieron un té, que decían era afrodisíaco. Al terminar de comer vimos a varios niños pequeños que no nos apartaban la vista, así que, acompañada de varios compañeros me acerqué y les dimos bolsas de chuches. Ellos, que no sabían qué contenían esas bolsitas, las arrojaron al vacío.
Nuevamente les ofrecimos más caramelos, esta vez con las bolsitas abiertas y dándoles a entender que eran dulces. Nos lo agradecieron con una gran sonrisa dibujada en sus caras. Lo que a mis compañeros y a mí nos invadió de un amor en nuestro interior.
Al volver a las camionetas, nos aconsejaron visitar un riachuelo cercano donde, más tarde, varias compañeras y profesores españoles exhibieron nuestro baile típico, las sevillanas. Al acabar nos volvimos hacia las camionetas que nos llevaron hasta el autobús regreso a Larache para dar por finalizado un día alucinante pero a la vez agotador.