A partir de este día ya no cogimos el autobús y comenzamos a conocer un poco más Larache, la ciudad donde regresábamos cada noche de nuestras jornadas turísticas por diferentes ciudades de Marruecos.
Nos levantamos un poco más tarde y visitamos una zona en la que las casas eran todas azules y blancas, las calles eran pequeñas y con un toque andaluz, aunque había un olor poco agradable por sus calles. Visitamos el puerto de Larache, donde no dejaban hacer fotos, allí se recibía mercancía y se exportaba a otros lugares. Al salir de allí, fuimos a una academia de música, adornada en su interior de azulejos coloridos, iguales a los patios andaluces.
A continuación fuimos al pequeño zoco de Larache. Varios alumnos marroquíes y españoles fuimos a un sitio, cerca de una playa en la que no es aconsejable adentrarse. Era un paseo de cemento por el que se llegaba a parir de grandes rocas, allí un alumno marroquí, Hamza, dibujó mi nombre en la pared y finalmente volvimos al hotel, a prepararnos para ir a los baños árabes.
En mi imaginación los baños árabes eran bastante diferentes a los que eran realmente, pero no por eso eran peores. Los baños se dividían en 3 salas, las 3 de la misma temperatura, había bastante humedad y teníamos un poco de dificultad para respirar. Allí, nos exfoliamos la piel y dos alumnas, Chaimae y Sanita, nos dieron masajes en la cabeza, piernas y espalda, salimos de los baños bastante cómodas y relajadas. Más tarde salieron los chicos que tardaron un poco más ya que los baños están divididos por sexo. Volvimos al hotel a descansar hasta el día siguiente.