Índice del artículo

Desayunamos y todo el rollo, yo me levanté a duras penas, como el resto, si mal no recuerdo. Varios chicos -entre los que no me incluyo- durmieron en la misma habitación, a saber lo que pasaría allí.

Por la mañana me enteré de que teníamos a varios malos del estómago, las especias marroquíes estaban haciendo de las suyas, creo que los dos primeros en ponerse malos fueron Ángel y no me acuerdo quien más.

La travesía en el autobús fue tan animada como de costumbre pero al mismo tiempo agitada, el camino hacia la montaña del Rif era largo y complicado, tan complicado que Ángel no lo aguantó y acabo vomitando. No fue el único que acabo tocado, varios más estaban mareados y estuvieron apunto de ir por el mismo camino, pero por suerte no cayó nadie más y llegamos enteros a la Montaña del Rif tras 4 horas y media.

Llegamos y nos dividimos en dos grupos, cada grupo fue a un microbús, uno más pequeño en el que precisamente fui yo y otro más grande en el que incluso te podías subir ya que había vaca, fue un camino de media hora -española no marroquí- hasta el principio del camino.

Allí comenzamos a ascender la montaña con la ayuda de dos burros. El que estuviese cansado podía subirse en ellos, lo que aún no sé es como pudo el burro subir toda la montaña y bajarla sin despeñarse, misterio marroquí.

Ese día descubrimos que el tiempo marroquí no era igual al tiempo español o al que puede haber en cualquier país del mundo, supuestamente el camino era de una hora y digo supuestamente porque tardamos como tres horas ida y vuelta, el camino no era muy complicado pero hacia lo suyo de sol y las bromas de César no ayudaban, me quedo con la mejor que hizo ese día "Anda que vaya sitio para poner un McDonalds..."

El paisaje por el que caminábamos si te parabas a mirarlo era increíble, daban ganas de pararse una hora marroquí a mirarlo, o incluso en el caso de las mentes más enfermas a dar un saltito sin retorno. El camino se volvió estrecho más o menos a la mitad, como dieras un paso en falso, no lo contabas así de claro.

Nuestro guía, Sancho era... ¿un payaso? no sé cómo describirlo, bien, no estaba bien de la cabeza, te partías el pecho con él, pero si te pasabas riéndote no te ibas a reír más. Sí, nuevamente insisto en lo bonita que podía ser la caída.

Tras no sé cuánto tiempo de camino paramos en la zona del Puente de Dios, cerca de un puesto de bebidas, mucha gente compró bebidas, desde luego les alegramos el mes, una vez pasados unos 20 minutos empezamos a hacer el camino de vuelta, había hambre y César nos volvió a gastar una broma con el tema de la comida, casi nos tragamos su trola sobre que teníamos que habernos traído la comida de casa.

Volvimos sobre nuestros pasos hasta la mitad del camino, allí nos esperaban dos esterillas. Obviamente nos volvimos a dividir en dos grupos, nos pusieron un plato de chícharos y pan para comerlos, sin cubiertos y con la fauna local. La comida voló, lo que no voló fue una especie de salsa extraña con un color...poco apetecible, tonto de mí decidí probarla... La comida marroquí es exquisita, excepto eso, eso... Fuese lo que fuese, tras probar un bocado del pan con el que mojé la salsa me entraron ganas de vomitar, nadie más lo probó y bien que hicieron. Mención especial al bicho que murió al querer entrar en el plato de chícharos y que nos hizo compañía hasta el final. Después tomamos un té y más fotos, muchas más fotos.

Bajamos lo que quedaba de montaña, pero la vista que tuvimos compensó todas las penurias pasadas: César y Adolfo se subieron en los burros, y sí, lo grabé entero al detalle. Cuando bajamos, Sancho, el pirado de nuestro guía, nos quiso llevar a dar una última vuelta por una zona en la que había un par de cascadas, diez minutos ida y diez vuelta, no se lo creía ni él. Blas el veterano del grupo nos dijo una frase muy inteligente sobre el tiempo marroquí: "Diez minutos marroquíes equivalen a dos horas y 20 dirhams".

Cuando bajamos y empezamos a recorrer la ruta vimos un puesto, obviamente como buenos guiris que éramos no podíamos resistirnos a comprar recuerdo por absurdos que fuesen, en ese momento no había tiempo así que poco compramos.

Empezamos el recorrido, unas preciosas cascadas formaban un río de aguas cristalinas, escuchamos un ruido a lo lejos: una fiesta marroquí. Como es normal, fuimos, y como también es normal dos de las tres Marías, Patricia y Julia salieron a bailar y a embelesar a todo el público, varias y varios más se sumaron como César y Adolfo o Cristina y Marta de ciclo si mal no recuerdo.

La fiesta acabó y volvimos a los puestos, las tres Marías y Lucía Vélez se compraron unos sombreros que poco tenían de marroquí, eso eran sombreros mexicanos de toda la vida, que seríamos guiris pero no tontos.. .En algunos casos.... Volvimos en los dos autocares y subimos al autobús, la fiesta volvió a reinar, no sé de dónde demonios sacan los marroquíes esas energías. Las luces se apagaron y se desató la locura, yo preferí dormir, el bus era cómodo para dormir excepto por los cánticos de esta gente que me caen de maravilla pero yo quería dormir y no me dejaban. Cinco horas más de autobús, parecía que era nuestro verdadero hotel.

Esa noche no recuerdo que pasase nada destacable, alguna fiestecilla suelta pero nada importante, y como ya he dicho volví a oír la Llamada a la Oración.