La mañana del lunes trascurrió con normalidad, desayunamos, subimos al bus con los marroquíes y directos a Rabat. Cinco horas más de viaje, nada importante pero no era capaz de seguir el ritmo marroquí y estaba pensando en huir a las líneas delanteras del lugar.
En fin, que llegamos a la Chellah de Rabat, un lugar precioso repleto de una vegetación preciosa y ¡gatos! Unos cachorros de gatos que fueron la atracción principal de casi todo el grupo, creo que nadie se quedó sin hacerle fotos o cogerlos y todo eso, con los gatos nos pasamos como media hora, los pobres e indefensos debieron de haber acabado hasta los bigotes de nosotros.
Y si, seguimos con las fotos, más fotos y más fotos, diciéndolo así parece que apenas pudimos disfrutar de la naturaleza pero al menos el suelo de allí disfrutó de mi rodilla, menuda caída más tonta, pero bueno, no es una excursión de 4-B si no me caigo, así que tenía que sacrificarme.
Los restos de aquella ciudad eran impresionantes, combinados con aquella vasta naturaleza daba lugar a un paisaje de película, lo que también era de película era el tamaño de las avispas y avispones, tenían pinta de matar elefantes.
Una vez terminada la visita llena de ruinas, pájaros-que aunque no los haya nombrado había- gatitos, insectos tamaño XL y fotos, muchas fotos, subimos al autobús directos a la Torre de Hassan justamente al lado del Mausoleo de Mohamed V y Hassan II. No íbamos a tardar apenas unos minutos pero la fiesta había empezado nada más salir de la Chellah.
El Mausoleo de los dos anteriores reyes de Marruecos estaba justo en frente de la torre Hassan, la gemela de Giralda. A las puertas de ese lugar había dos soldados a caballo, también un hombre que con una sustancia extraña -llamémosle sustancia porque a mí me parecía otra cosa- pintaba en los brazos o manos de la gente que quisiese palabras en árabe.
La zona en la que estaban el Mausoleo y la torre era una explanada al aire libre con un suelo blanco, adornado con algunas columnas de dos metros como mucho, según César, la torre Hassan estaba a medio hacer por razones históricas que no es que no me acuerde, es que no me apetece contar. Si lo piensas era curioso que estuviese a medio hacer, eso es más típico de españoles que de árabes pero bueno.
Fuimos directos al Mausoleo después de fotos, más fotos. Había un soldado apostado a cada extremo del lugar e iban armados y por lo que cuentan la puntería de los soldados marroquíes da miedo, por suerte no tuvimos que comprobarla. Entramos y allí vimos como en un nivel inferior había tres ataúdes, uno grande en el centro y dos más pequeños cada lado además de un hombre cantando no sé qué en árabe. Como es normal, sacamos fotos, a mí se me quitaron las ganas cuando un soldado me echó una mirada asesina por los ruiditos varios de mi cámara, ya sabéis a lo que me refiero los que vinisteis.
Fotos de nuevo y fuimos andando a comer un restaurante, nada muy nuevo, hamburguesas,pizzas y cosas así. Fiesta de nuevo antes y después de comer. Había algunas personas que seguían malas del estómago, una pena.
Finalmente, tras la comida, fuimos al bus que nos dejaría en la Kasbah de los Oudaias, una especie de castillo en cuyo interior había un jardín, lo más destacable de aquella visita -aparte de los gatos, que no se acababan- fue una fiesta marroquí, no de los alumnos que iban con nosotros sino de unos que estaban allí, una gran fiesta, con toda la locura típica.
Después, nos encaminamos al Zoco de Rabat, imaginaos una calle interminable con toda clase de puestos a los lados y en el centro, pulseras, obras artesanales, ropa deportiva de imitación, etc...
Según los marroquíes había que ir rápido, entre la multitud y que cada uno íbamos a comprar lo que queríamos sin atender al resto nos dividimos en dos grupos, un grupo más adelantado y otro más atrasado.Yo formaba parte de este último grupo. Uno de los momentos más...extraños de todo fue cuando de pronto escuchamos unos cánticos, un hombre mayor pasaba por el Zoco, no era muy normal, sus ojos estaban en blanco y además los tenía entre-abiertos, es difícil de explicar, pero la visión no era precisamente bonita, muchos pensaron que era lo más cercano a un zombi, y aunque suene cruel yo también lo pienso.
Cuando al fin conseguimos salir de ese interminable mercado nos tocó la parte más emocionante del día, teníamos que recorrer un buen trecho de calles hasta llegar a la plaza en la que el autobús nos esperaría, era noche cerrada, no recuerdo bien la hora, supongo que alrededor de las 19:30 o así. Pasamos las calles más "simples" sin apenas apuros.
Algo que me conmovió, fue cuando Lucía-de ciclo- y creo que Belén vieron a unos niños pequeños y les dieron unos cuadernitos, las caras de felicidad de aquellos niños con algo tan simple...El viaje había merecido la pena, desde luego.
En Marruecos no hay casi semáforos y si los hay, están hechos para una cosa, para saltárselos, eso comprobamos mi grupo y yo cuando pasamos una rotonda corriendo y casi nos atropellan, nada importante. Finalmente llegamos al punto de reunión poco antes de las 20:00 y descubrimos algo curioso, faltaba todavía otro grupo entero que o estaba en el Zoco o estaba de camino, y también los profesores, para no variar.
Diez minutos más tarde, el tercer grupo llegó, obviamente sin los profesores los cuales llegaron 20 minutos más tarde justo para coger el bus y volver a Larache. Volví al fondo del autobús, esa vez, no estaba dispuesto a seguir la fiesta marroquí, quería dormir un poco. Varios días durmiendo 5 horas o menos no sienta bien. Así que, tras un par de horas de viaje, decidí huir a las líneas delanteras-más simple, a la parte delantera- del lugar.
Allí me senté en un sitio libre y pasé el resto del viaje hablando cómodamente sin gritos ni canciones, en paz y tranquilidad. Bueno, con la relativa paz que se puede tener con la fiesta del fondo pero era mejor que estar en el centro de ese bullicio.
Tras creo que fueron 4 o 5 horas de viaje llegamos Larache, a esas horas todo estaba cerrado, excepto el Tutifruti -restaurante que ya comenté antes-, no había nada más abierto.