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La noche pasó en calma hasta que de nuevo la Llamada a la Oración me volvió a despertar, desde luego no iba a echar de menos esos cánticos por muy sagrados que fuesen. La mañana del marte amaneció como todas las mañanas que llevábamos, a las 8:30 pasadas subimos al autobús de camino a Meknes. Algo que empecé a notar es que nuestro grupo -me refiero a los españoles- estábamos algo mas unidos, quizás tras ese interminable viaje por el Zoco de Rabat nos habíamos unido más.

Al igual que la noche anterior, decidí quedarme en la parte delantera, me apetecía relajarme sin tanto follón, el viaje fue tan largo como de costumbre, pero César decidió hacer un pequeño cambio en el viaje, no iríamos a Meknes primero si no iríamos a Ifran, un pueblo cercano

Ifran chocaba bastante con lo que habíamos visto de Marruecos, era como uno de estos pueblecitos del norte de Europa, tan solo faltaba la nieve. El día estaba nublado lo que a mi parecer mejoraba aún más el paisaje. Tengo que admitir que aquel lugar hacia que me entrasen ganas de tumbarme en el césped a disfrutar de la brisa, pero había hambre y no es que hubiese mucho tiempo para relajarse.

Todo iba bien, cuando ya estábamos todos sentados a la mesa esperando que nos sirviesen la comida me percaté de que Iñigo, Cristina y algunos más no estaban, me levanté para ver donde estaban y los vi sentados en un bordillo. Los dos nombrados -Iñigo y Cristina- estaban llorando y los ánimos del resto que estaban allí no eran precisamente buenos, al parecer unos tipejos le habían dado una brutal paliza a un perro porque sí, no voy a exponer aquí todo lo que me dijeron que le habían hecho, pero tened esto claro, como en todas partes hay de todo, no solo había marroquíes geniales como con los que viajábamos si no también personas que merecían sufrir las peores torturas posibles y morir pidiendo piedad.

En fin, comimos unos pinchitos de cordero deliciosos y después fuimos a dar una vuelta por el lugar.

Normalmente suelo estar en mi mundo, pero presto atención a lo que me rodea pero ese paisaje me obligaba a permanecer absorto en mis pensamientos, poco a poco llegamos a una especie de lago, digo especie de lago porque había un par de charcos en un espacio en el que quizás hubiese habido agua en el pasado, aunque a mí me pareció una visión fascinante, sería el escenario perfecto para el altar de algún tipo de ser místico.

A esto me refería con que se me iba la cabeza, algunos profesores y alumnos se pusieron a jugar a un juego más parecido al rugby que a otra cosa, yo pasé. Estaba demasiado absorto en mis pensamientos, aunque ahora que lo pienso es raro que ningún profesor saliese herido, para no variar nos habíamos dividido en dos grupos o más, no los conté.

Tras esto dimos un largo paseo de vuelta al autobús y nos subimos, nuestro nuevo objetivo era el Zoco de Meknes. Cuanto más avanzábamos más claro teníamos que no íbamos a pasar ni una hora en el aquel mercado. Y no nos equivocábamos, César anuncio que haríamos una visita exprés de media hora -española- el que se quedase atrás podía empezar a aprender geografía marroquí para volver a Larache.

Bajamos y empezamos a andar rapidito. Los edificios eran de una arquitectura bastante cuidada no nos paramos apenas a mirar nada. Recuerdo un puesto de gorras y algunas cosas así pero nada específico. El trayecto fue de media hora justa, serían las 20:00 o así y subimos nuevamente al autobús, por primera vez los marroquíes comenzaron a estar ligeramente más apagados y cansados lo cual me sorprendió y dio señas de que eran humanos lo cual me tranquilizó un poco, pero aun así la fiesta no decaía apenas.

Cuatro horas y pico, pero las últimas al fin y al cabo, íbamos abandonar ese autobús en cuanto llegásemos a Larache, no sé cuánto tiempo pasamos, pero no fue poco eso desde luego. Al llegar nos hicimos una foto en grupo con el bus con el conductor incluido. Creo que hubo un follón en el hotel esa noche, pero no recuerdo cuál de todos fue.